martes, 22 de marzo de 2011

Esperar en el Señor

Espera en el Señor, anímate y Él fortalecerá tu corazón; espera, pues, en el Señor”

Salmos 27.14


Una de las cosas que menos nos gusta hacer es esperar. Y es que hoy en día, los avances tecnológicos que hay en nuestra sociedad han hecho de nosotros seres humanos intolerantes, a los cuales esperar nos es imposible.


Todo ello se ve reflejado en nuestra vida espiritual y nos es difícil esperar en el Señor. Muchas veces pensamos que nuestros problemas no tienen soluciones, que las adversidades que vivimos nunca acabarán y nos olvidamos en quien creemos. Declaramos tener fe en Dios y que nuestra confianza está puesta en Él. Sin embargo, cuando enfrentamos situaciones que ponen a prueba nuestras creencias, tambaleamos e quedamos endebles. ¿Qué es lo que nos hace fluctuar? ¿Por qué esa inestabilidad en nuestras vidas?


Cuando agotamos todos nuestros esfuerzos por encontrar soluciones y no lo conseguimos nos volvemos impacientes y nos angustiamos. Pero, no te has puesto a pensar que, tal y como Pablo nos enseña, todas las cosas ayudan a bien para aquellos que aman a Dios. No será que en todas estas situaciones, Dios quiere mostrarnos que realmente necesitamos depender de él para conocer realmente cuál es su propósito para nuestras vidas. Santiago no dice en el capítulo 1 versículo 3 de su carta que toda prueba de vuestra fe produce paciencia. Paciencia para saber que a pesar de encontrarnos en el valle de sombra o muerte no temeremos porque el Señor está con nosotros.


Entendamos que esperar en el Señor no significa que simplemente tengamos una actitud conformista y pasiva en la cual no haya una rendición de parte nuestra; todo lo contrario, esperar en el Señor significa aprender a depender de Él, a tener la plena convicción y seguridad de que Dios realmente está en el control de toda situación y que Él quiere lo mejor para nosotros. Es hacer las cosas esperando en él, no por nuestras fuerzas; pues, separados de Él nada podemos hacer (Juan 15.5)


No debemos ignorar que para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. Nuestro tiempo no siempre es el tiempo del Señor, pero con certeza su tiempo es el mejor. Él tome el control de nuestras vidas y que aprendamos a ser cada día más dependientes del Señor.

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